martes, 21 de diciembre de 2010

Jamones políticos, correcciones ibéricas.

Según se leía ayer por Internet, un profesor gaditano ha sido denunciado por un alumno musulmán al mencionar que el clima frío de Trevélez favorece la curación de los jamones, el ofendido estudiante sintió vulnerada su sensibilidad religiosa ante la aparición escolar del impuro producto. Sí, así como suena.

¿Qué quieren que les diga? Me parece quedarse corto, ya está bien de ofender a nuestros vecinos con la brutal agresividad de nuestro sistema educativo, ¿Por qué no se cambia de una vez el nombre de los lagos de Covadonga, con esas reminiscencias bélicas tan poco apropiadas y se pone algo más adecuado?¿acaso no es razonable pensar que un tataranieto de vigesimoquinta generación de uno de los caballeros islámicos injustamente atacados por el extremista Pelayo se sienta vituperado ante la continua evocación de la xenófoba acometida astur?. Yo propongo Lagos de la Paz o no, mejor aún, Lagos de las Civilizaciones.

Sí, sin duda creo que es una de las cosas a cambiar, pero no la única, ya le llegará su hora a Los Reyes Católicos (propongo Los Reyes de una religión tan respetable como las demás) o a El capitán Trueno (El capitán para misiones exclusivamente de paz), también Jaume I El Conqueridor (Jaume I el Cooperador Voluntario ¿Creiaís que os ibais a librar, catalanes?).

Sí, amigos, reescribamos la historia, la geografía y la gastronomía, seamos correctos y depongamos esta agresiva actitud ante el vecino, todos somos culpables y debemos afrontarlo.


Nota- Ya fuera de coñas e ironías, a destacar la opinión que la denuncia le merece al Presidente de la Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas, Mohamed Hamed: "Una soberana tontería", pues eso.

domingo, 19 de diciembre de 2010

De Blitzkrieg y Reales

Y no se trata de negar la mítica de los héroes de Verdún, de los que lastrados por el barro y las alambradas regaron con su sangre los campos de Ypres, del Marne, de Passchendaele, de Gallipolli. El caso es que los tiempos evolucionaron y había que tener la asiática desconfianza de un Stalin para condenar la mecanización como un intento de sabotaje, para tachar de herética la combinación de armas, para lanzar al olvido eterno a aquellos que preconizaban que la única oportunidad de resistir, de pelear, residía en modernizarse, en copiar (sí, copiar) las tácticas enemigas. La desconfianza y el orgullo de un nacionalista granruso.

Pienso en un club de España, preso de la gloria de sus laureles, refractario a todo lo que suponga acercar su arcaico modelo al de su más odiado enemigo, destinado a sufrir una y otra vez las mismas aplastantes derrotas por seguir insistiendo que la mecanización no es más que una moda, que la vieja guerra de trincheras puede frenar el ataque de los blindados, que la sinergia no tiene nada que hacer ante la fortaleza de los héroes individuales.